Comentario
A finales del siglo XIX, el descenso de la natalidad provocado por los medios contraceptivos y la rígida moralidad impuesta otorgan a la familia una función esencial, clave en el sistema reproductor de la sociedad. La familia habrá de encargarse de producir hijos en cantidad suficiente para asegurar el mantenimiento de la raza y la sociedad. Además, habrán de ser sanos, para lo que se exigirá la práctica de una sexualidad conforme a las "leyes de la naturaleza" y a las reglas de la moralidad. El ámbito en el que habrán de desarrollarse las prácticas sexuales es el matrimonio, sin duda, para la mentalidad de la época, la institución normalizada sobre la que han de asentarse las relaciones entre hombres y mujeres.
En el matrimonio la sexualidad ha de ejercerse con sensatez y moderación, de acuerdo con los principios racionales que dominan todo comportamiento burgués. En su seno, hombre y pueden y deben ejercer una sexualidad pura y sana, sancionada en alguna medida por el Estado a través de uno de sus representantes especializados, el médico. La realización de un sexo "bajo control", racional, sensato, asegura no sólo la reproducción social sino la aptitud de sus futuros miembros, por cuanto se evitarán así las consecuencias indeseadas de la sexualidad practicada fuera del matrimonio, en el burdel, como enfermedades o nacimientos aberrantes.
La herencia, convertida ahora en uno de los patrones de conducta principales, debe asegurar la pervivencia del individuo, la sociedad y la raza, más aun en tiempos en que diversos peligros acechan a los que se salen de la delgada línea que marca la moralidad. Enfermedades contagiosas, como la sífilis o la tuberculosis, hereditarias, como ciertas taras, o el alcoholismo, aconsejan la realización de una sexualidad bajo control, conforme a leyes y moral, médicamente sancionada. La castidad, especialmente entre los jóvenes, es una recomendación habitual, si bien, en el caso de los varones, se permiten ciertos excesos, como la visita al burdel, símbolo de virilidad y especie de rito de paso hacia la edad adulta. En el caso de las mujeres, la virginidad se constituye como un bien supremo, a salvaguardar frente a los peligros de un mundo exterior hostil, a la par que como un tesoro que puede asegurar el bienestar futuro.
El escenario de la sexualidad familiar se corresponde con las funciones que el sexo desempeña en el ámbito familiar. El actos sexual se esconde: las alcobas se sitúan alejadas de la puerta de entrada, se hacen más inaccesibles a intromisiones ajenas, como las de los niños, a los que hay que separar de un acto que roza lo impuro.